Autor

Javi

Siempre me dejaban el último cuando había que formar los equipos en Educación Física. Esta asignatura fue mi tormento semanal hasta que salí del instituto, pero terminé estudiando Enseñanza y Animación Sociodeportiva para dedicarme profesionalmente al fitness.  

De niño pasaba el recreo deambulando porque todos mis amigos jugaban al balón y yo no lograba darle dos patadas. Entonces creía que yo no pertenecía a esa especie. Por épocas lo odiaba, pero en realidad me daba envidia: ¡ojalá yo también supiera jugar!

Esta sensación me la llevé a la vida adulta. Entendí que quizá no era incapaz para el deporte, pero me había interesado demasiado tarde. "Ojalá me hubiese animado más de pequeño", pensaba. "Ojalá hubiese ido a atletismo". Era tarde y solo podía seguir con mi poco saludable vida.

Mi visión cambió cuando encontré mi sitio: el gimnasio. Allí comprendí que había estado muy equivocado en dos cosas: que yo no podía y que ya era tarde. En aquel lugar, con aquellos hierros, descubrí que sí. Yo puedo moverme. Igual que puedes tú.

Quizá la música cambie a lo largo de la noche, pero la fiesta continúa. Tal vez pienses que no puedes hacer ejercicio porque nunca aprendiste de pequeño, o porque eres muy torpe y ahora es tarde. Te entiendo, yo creía exactamente lo mismo y escuchaba a otras personas repetirlo hasta convertirlo en verdad. Pero no es cierto en absoluto.

Haz una prueba. Levántate de la silla. Mueve un pie y luego el otro. ¡Milagro! Actividad física. ¿Te parece un mal chiste? Si te quedas por aquí descubrirás lo lejos que puede llevarte ese primer paso.

Aún soy un desastre en fútbol. ¡Ojalá hubiese jugado más de pequeño! Pero por suerte hay mucho más que hacer: un universo infinito, tan inmenso y fascinante que nunca podré explorarlo del todo. Pero voy a continuar descubriéndolo, y te invito a que me acompañes.

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